... Por
supuesto, hay que conceder todo su valor a la eficacia del ejemplo de Cristo,
que el Nuevo Testamento menciona explícitamente (cf. Jn
13, 15; 1 Pe 2, 21). Es una dimensión de
la soteriología que no se debe olvidar. Pero no se puede reducir la eficacia de
la muerte de Jesús al ejemplo, o, según las palabras del Autor, a la aparición
del ‘homo verus’, fiel a Dios
hasta la cruz. El P. Sobrino usa en el texto citado expresiones como “al menos”
y “más bien”, que parecen dejar abierta la puerta a otras consideraciones. Pero
al final esta puerta se cierra con una explícita negación: no se trata de
causalidad eficiente, sino de causalidad ejemplar. La redención parece
reducirse a la aparición del ‘homo verus’, manifestado en la fidelidad hasta la
muerte. La muerte de Cristo es ‘exemplum’ y no ‘sacramentum’ (don). La redención se reduce al
moralismo. Las dificultades cristológicas notadas ya en relación con el
misterio de la encarnación y la relación con el Reino afloran aquí de nuevo.
Sólo la humanidad entra en juego, no el Hijo de Dios hecho hombre por nosotros
y por nuestra salvación. Las afirmaciones del Nuevo Testamento y de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia sobre la eficacia de la redención y de
la salvación operadas por Cristo no pueden reducirse al buen ejemplo que éste
nos ha dado. El misterio de la encarnación, muerte y resurrección de
Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la fuente única e inagotable de la
redención de la humanidad, que se hace eficaz en la Iglesia mediante los
sacramentos.
Afirma el
Concilio de Trento en el Decreto sobre la justificación: «… el Padre celestial,
“Padre de la misericordia y Dios de toda consolación” (2 Cor 1, 3), cuando llegó la bienaventurada “plenitud
de los tiempos” (Ef 1, 10; Gál 4, 4) envió a los hombres a su Hijo Cristo
Jesús […], tanto para redimir a los judíos “que estaban bajo la ley” (Gál 4, 5) como para que “las naciones que no
seguían la justicia, aprehendieran la justicia” (Rom 9, 30) y todos “recibieran la adopción de
hijos” (Gál 4, 5). A éste “propuso
Dios como propiciador por la fe en su sangre” (Rom 3, 25), “por nuestros pecados, y no sólo
por los nuestros sino por los de todo el mundo” (1 Jn 2,
2)» (Conc. de Trento,
Decr. De iustificatione, {Dz
794} DH 1522).
Se
afirma en el mismo decreto que la causa meritoria de la justificación es Jesús,
Hijo unigénito de Dios, «el cual, “cuando éramos enemigos” (Rom 5, 10), “por la excesiva caridad con que
nos amó” (Ef 2, 4) nos mereció
la justificación con su santísima pasión en el leño de la cruz, y satisfizo por
nosotros a Dios Padre» (Ibídem, {Dz 799} DH
1529, cf. {Dz 820} DH 1560).
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CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, ‘Notificatio
de operibus P. Jon Sobrino S.J.’ (26 de noviembre de 2006), n. 10