Discurso del Santo Padre Pío XII
A un grupo de vespistas y deportistas españoles [*]
Castelgandolfo
Viernes 2 de septiembre de 1955
Desde los mas alto de la meseta castellana —atravesando ríos, subiendo laderas, bordeando mares y devorando siempre kilómetros— habéis querido llegar hasta esta casa del Padre común, amadísimos hijos vespistas y deportistas españoles, para testimoniarle vuestro afecto filial y vuestra más sincera devoción; y Nos, al acogeros cordialmente, os confesamos que pocas veces hemos considerado, con mayor simpatía que en el caso vuestro, lo que significan esos ligeros y eficacísimos medios modernos, que han puesto el motor al alcance de todos y, con el motor, la posibilidad de dominar fácilmente los espacios y consumir las distancias.
Maravillas del ingenio humano que, poco a poco, dibujando manillares, adaptando transmisiones, acoplando rodamientos, discurriendo complementos tan indispensables como son los neumáticos, inventando frenos, instalaciones eléctricas, tipos de cuadros y de suspensiones y otras pequeñeces mil, han venido a concretarse en esas máquinas tan sencillas, tan perfectas y tan al alcance de todos.
No faltarán personas de oído delicado o enemigos de todo riesgo que encuentren algo que decir sobre el inconfundible estruendo que acusa vuestra presencia en las calles de las ciudades, o sobre esa escurridiza agilidad que os permite deslizaros entre vehículos y personas, con rapidez rayana en lo increíble; ni faltarán tampoco quienes pongan por delante los inconvenientes que veces se pueden seguir de esa facilidad para los desplazamientos.
Pero, Nos deseamos poner de relieve el evidente progreso que todo esto significa, al elevar el nivel de villa en aquellas categorías sociales que no pueden disponer de elementos mecánicos más costosos y que, gracias a su pequeña máquina, irán así fácilmente al lejano trabajo, desempeñarán más amplia y más cómodamente su ordinaria profesión y hasta acaso cumplirán mejor con sus deberes religiosos; sin contar aquel honesto esparcimiento al que aspira un día de la semana el que pasa las demás jornadas dedicado a la fatiga y al trabajo, y sin hablar de casos, como el presente, en que vuestras máquinas, en alegre y sencilla caravana, serán un símbolo de esa fraternal unión internacional, que tanto deseamos, y os darán la posibilidad de venir a recibir la bendición del Vicario de Cristo.
Usad vuestras máquinas, pero procurando hacerlo siempre con aquella prudencia, aquella discreción y aquel respeto que os consigan, a vosotros y a ellas, la simpatía y el afecto de todos.
Amad vuestras máquinas, pero acordándoos de que antes que ellas estáis vosotros mismos; están vuestros deberes familiares, sociales y religiosos; está toda una vida humana que no puede convertirse en una especie de anejo de un puro medio de locomoción.
Hemos oído que en vuestro programa están contados hasta los golpes de los pistones de vuestros motores en todo el viaje; como éste tiene por centro esta visita a vuestro Padre común, queremos suponer que esos golpes son como los latidos de vuestros corazones, corno la expresión de un amor filial que ampliamente correspondemos. Gracias por vuestra presencia y gracias por vuestros generosos dones.
Hemos oído también que entro vosotros hay representantes de las diversa regiones, que forman la gran patria española. Así podréis llevar más fácilmente Nuestra Bendición a todos; Bendición que de manera particular queremos daros a vosotros, hijos amadísimos, a vuestras familias, a vuestra Asociación ―cuyo digno presidente, aquí presente, especialmente bendecimos― a todos los vespistas y deportistas españoles y a toda esa España, por Nos siempre tan amada.
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