22 oct 2021

Un hombre perdonando a su mujer. Escuela de (viejas) masculinidades

 

Claus von Stauffenberg casándose
con uniforme de campaña y casco de acero
porque "el matrimonio es un acto de servicio"
 
Escuela de (viejas) masculinidades
 
«Escuela de (viejas) masculinidades». Publicado por Esperanza Ruiz @EsperanzaRuiz ["El Debate" @eldebate_com, 08 de agosto de 2021]
 
Cuenta Lacan que cuando el transatlántico que transportaba a Freud y Jung a Nueva York, invitados a unas conferencias por la Clark University de Worcester, avistó la estatua de la Libertad, el padre del psicoanálisis comentó a su discípulo: “¿Crees que saben que les traemos la peste?”
 
La Revolución Francesa fue el pistoletazo de salida a los ensayos de creación del “hombre nuevo”. Un ser que se basta por sí mismo y cuya voluntad es Ley. Sin embargo, el camino hacia el ser liberado, incluso, de su propia realidad, está mal empedrado y la Humanidad ha ido pagando peajes difícilmente asumibles.
 
En nuestros días, el hombre nuevo es aquel que, aún provisto de su biología y características varoniles, debe asemejarse a una mujer. Pero no a cualquier mujer, sino a una deconstrucción que sea sensible pero no femenina, fluida -que tampoco se empecine mucho en que es una mujer-, ni de una raza concreta, no heteronormativa, sin depilar, y menstruante solo si ésta es causa de pobreza. Lo de gestante tampoco es definitorio y encasilla.
 
La Alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, pondrá en marcha en octubre la Escuela de Nuevas Masculinidades, enésimo cementerio de subvenciones, para trabajadores municipales, jóvenes y hombres (con perdón) que lo soliciten. A veces, a los propios ideólogos les resulta difícil cuadrar el pastiche, por lo que proponen implantar algo folclórico con perverso título: “protocolos de transición de género”.
 
Como estamos en apuros más no desesperados, perseguidos más no desamparados, todavía podemos reivindicar formas relacionales desiguales, con sus diferencias que generan deseo, exigir que se cumpla Génesis 1, 27 al dedillo, pedir que vuelvan los caballeros. Y desenvainar la espada para decir que, lo cierto, es que nos encantan las viejas masculinidades.
 
Llegeix els meus llavis, Ada: nos flipa Sean Thornton dándole los buenos días a Mary Kate Danaher, pero pensando en buenas noches. Un anciano peinando los cabellos de su esposa con Alzhéimer. Don Rodrigo arengando a sus tropas en la batalla de Guadalete. James Stewart derrotado, abrazando, mientras llora, a su hija en Qué bello es vivir. El teniente coronel Miguel Ángel Franco salvando la vida a un grupo de personas durante un atentado yihadista en Mali. Ramón y Cajal descubriendo el axón de las células granulares la noche en que muere su hija Enriqueta. El mediterráneo en los ojos de David Gandy. El abuelo de Carla esperándola a la salida del colegio. De Prada escribiendo Temblor. Rachmaninov componiendo su segundo concierto para piano y orquesta, una obra perfecta y bella, tras una depresión de 3 años por el fracaso de su primera sinfonía. Léon Bloy escribiendo cartas a su novia. La actitud de Jimmy Page tocando Rock and Roll con los Foo Fighters. Maradona despidiéndose de la afición argentina en la Bombonera. Un hombre perdonando a su mujer. Carlos V deteniendo a las tropas imperiales que iban a profanar la tumba de Lutero: “Dejadlo en paz, ya encontró su juez”. Sus manos en mi espalda. Michael Fassbender en cualquier ocasión. S. Agustín dándose un tiempo antes de entregarse a las cosas de Dios. El general alemán Kreipe, hecho prisionero, recitando una oda de Horacio: “Vides ut alta stet nive candidum Soracte…“. Su captor continuó el poema. Marcelo Torcuato de Alvear persiguiendo a su futura esposa, cantante de ópera, por todo el mundo. “Put me on my bike”: Tom Simpson, antiguo campeón del mundo de ciclismo, pretendiendo seguir luchando antes de morir por el esfuerzo, el calor y algunas sustancias en el MontVentoux. El Quijote, en la playa, vencido por el Caballero de la Blanca Luna. El joven repartidor de comida rápida que se paga así la carrera. Claus von Stauffenberg casándose con uniforme de campaña y casco de acero porque “el matrimonio es un acto de servicio”. Alain Delon tomando el sol en La piscina. Gistau eligiendo meconio. Un hombre oliendo a cedro y bergamota. Sean Thornton dándole un azote en el trasero a Mary Kate. Ryan Gosling besando a Carey Mullingan en el ascensor en Drive. San Andrés Wouters, que, tras una vida de excesos, murió a manos de los calvinistas, junto con el resto de mártires de Gorcum, declarando: “Fornicador siempre fui, pero hereje, nunca”. Un niño enseñando a montar en bici a su hermana. Las columnas de Hughes sobre Trump. Don Draper fumando cualquiera de los cientos de pitillos que enciende en Mad Men. José Antonio Primo de Rivera escribiendo en su testamento “ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles”. Los labios de Jakob Dylan en el minuto 2:12 de One Headlight. Cicerón desenmascarando en el Senado a Catilina. Juan Belmonte toreando tal y como era. Cary Grant con gafas de sol tomando una copa en el vagón restaurante de un tren. Muhammad Ali diciéndole a Sonny Liston “levántate y pelea, cabrón”, tras derribarlo en el primer asalto, para salvaguardar la identidad del deportista negro. Ratzinger tocando el piano, Juan Pablo II esquiando. Jacques de Bascher gritando Vive le roi! un 21 de enero (sí, es masculino). La teatralidad de Keith Moon tocando la batería con The Who. Churruca muriendo, con la tranquilidad de los héroes y la entereza de los justos, al mando del San Juan Nepomuceno en Trafalgar. Houellebecq y mayo del 68. Connery conduciendo un Aston Martin DB5 en los Alpes. Un peshmerga en la frontera kurda defendiendo cristianos del Estado Islámico. Sean Thornton abriendo de una patada la puerta de la habitación conyugal y deshaciendo el tálamo. Gonzalo Fernández de Córdoba liberando los Estados Vaticanos y reconquistando Granada. Coppi y Bartali, archirrivales en el Tour de Francia, pasándose un bidón de agua en el 52 durante el ascenso al Galibier. Carlos de Beistegui organizando el Baile del Siglo en Venecia. John John besando la mano de Carolyn a la salida del templo. Un padre tomando en brazos por primera vez a su hijo. Pérez del Pulgar clavando con un cuchillo un pergamino con un Ave María en la Gran Mezquita la noche antes de tomar Granada. Lindbergh cruzando el Atlántico volando el Espíritu de S. Luis. Ulises atado al mástil escuchando cantos de sirena. Un bombero del 11-S. Steve McQueen montado en una Triumph TR6. D’Annunzio invadiendo Fiume. Tom Doniphon renunciando, loco de dolor, al amor de Hallie. Cervantes escribiendo “Vale”. Juana de Arco en la victoria de Orleans.
 
Un hombre cualquiera, en definitiva. Con su rol biológico, su piel áspera, su fenotipo testosterónico y poderoso, su ternura y su capacidad para proteger. Sus códigos de honor, lealtad y desinterés por los chismes y la plancha. Sus pactos de caballeros y sus barbas de tres días. Ojo con eso, Ada. No podrás acabar con la barba de tres días.
 
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23 jul 2021

Por el Valle de la Muerte cabalgaron los 600

 

 


En el Centenario de la gesta del Alcántara (23 de julio de 1921), tenemos el honor de ofrecer el texto de Kiko Méndez-Monasterio, "Por el Valle de la Muerte cabalgaron los 600". [En la imagen, cuadro de Augusto Ferrer-Dalmau en recuerdo al Regimiento Alcántara, a los que nadie pudo llamar cobardes]

Por el Valle de la Muerte cabalgaron los 600

Empezaban los años veinte, en Madrid todavía respiraba confiada la Corte. De vez en cuando se escuchaban los carruajes por Arenal, cuando los Grandes de España acudían a palacio para ser recibidos por los Reyes. Y aquella aristocracia -mitad militar, mitad decadente- comentaba muy entretenida los acontecimientos del Tiro al Pichón, y las portadas de ABC o la crónica social de La Época. Veraneaban en San Sebastián o en Biárriz.

Claro que en aquel julio de 1921 no todos los niños bien estaban de vacaciones. Es cierto que muchos, la mayoría, se libraban de servir en las guerras coloniales gracias al dinero de papá, comprando el deshonor a muy buen precio, y a la vez condenando a un régimen que no podría sobrevivir a tan infame cobardía de sus élites. Pero en esas cortesanas recepciones tampoco era extraño encontrar uniformes de verdad -no los disfraces protocolarios de diplomáticos y grandes maestres-, sino muy jóvenes húsares o cazadores de caballería, luciendo las galas de su regimiento, capaces a la vez de asumir la más refinada etiqueta de palacio, cortejar a señoritas virtuosísimas envueltas en seda, y al mes siguiente estar en mitad de una sangrienta carga de caballería, escupiendo maldiciones y decapitando enemigos a sablazos. Hay quien no lo sabe, pero en la armonía de esa dualidad consiste la civilización.

Regada con sangre

El caso es que miles de españoles de toda clase -desde marqueses hasta niños de inclusa- pasaron aquel verano del 21en la arena nada acogedora de la llanura de Annual. Regándola con sangre.

Aquello debió de ser bastante parecido al horror que imaginaba Conrad, al que filmó Coppola en su Apocalipsis. En muy pocos días se deshacía un ejército de 20.000 hombres, la mitad muertos o cautivos. La derrota en las llanuras de Annual, donde el general Silvestre pagaba con la vida sus errores, se había convertido en una huida desesperada, sedienta, caótica. Silvestre -amigo de Alfonso XIII- había soñado con acrecentar el dominio africano y hasta bautizar la nueva ciudad conquistada con el nombre del monarca. Pero todo aquel sueño de colonial grandeza iba a ser una pesadilla en pocas horas, todo un desastre en pocos días.

Abd-el-Krim había iniciado una insurrección general, estaban pasando a sangre y fuego todo el protectorado español, amenazando incluso la ciudad de Melilla. Las harkas -compañías indígenas con oficiales españoles- se pasaban en bloque a los insurrectos, al igual que la policía indígena, reeditando la rebelión de los cipayos que sufrieron los ingleses, y haciendo estragos entre la tropa, que -presa del pánico- ya ni siquiera obedecía a sus oficiales. Era más una carnicería que una batalla.

Muerto -quizás suicidado- Silvestre, el general Navarro se hizo cargo de gestionar el desastre, y es muy justo reconocerle que no eludió una durísima responsabilidad, y que el cumplimiento de ese deber habría de costarle un terrible cautiverio. Años más tarde -ya de regreso en la península- la patria tuvo a bien agradecerle su comportamiento de aquellos días fusilándole en Paracuellos. Pero esa es otra historia.

El caso es que Navarro había medio organizado una columna con los desechos del ejército, y que trataba de ponerla a salvo en Monte Arruit para reorganizarse, y que la única unidad operativa que encontró para proteger la retirada era el regimiento de cazadores de Alcántara 14, mandado por el teniente coronel Primo de Rivera, hermano del que luego sería dictador. El resto del ejército era una masa aterrada que huía en desorden. Primo de Rivera, sin embargo, conseguía mantener no solo la disciplina de su regimiento, también la moral que requiere el sacrificio.

El Igan tenía de río solo el nombre, y quizá algo de agua en otra época del año. Desde luego ese verano era un pedregal seco, identificable solo por los riscos que lo flanqueaban. En aquellos altos esperaba una confiada y muy numerosa fuerza rifeña, decidida a exterminar a aquel ejército en aterrado y en plena fuga.

El general Navarro confió a Primo de Rivera y a sus cazadores la misión de desalojar a los insurrectos de aquella altura desde donde podían hacer tanto daño a los españoles. En realidad era pedir a los que habían conservado la dignidad militar que se sacrificaran por los que huían en desbandada, incapaces de combatir.

La última arenga

Primo de Rivera reunió a sus oficiales sin mucha ceremonia. La arenga fue breve, todo un ejemplo del estilo lacónico de lo militar: La situación, como pueden ustedes ver, es crítica. Ha llegado el momento de sacrificarse por la patria, cumpliendo la sagrada misión del arma. Que cada cual ocupe su puesto y cumpla con su deber.

Primo montó en Vendiamar un purasangre español que tampoco sobreviviría a aquella jornada, y formó al regimiento en línea de a cuatro. Miró al trompeta de órdenes, un chaval de 14 años, y le dijo que se quedara en retaguardia, porque él daría las órdenes a viva voz. El trompeta, por supuesto, ni caso. Primero desenvainar [los] sables, luego avanzar al paso, trote, preparados para la carga y, al fin, el definitivo carguen, la orden más terrible de todas, porque hay que vencer todo resto de instinto de supervivencia para cabalgar hacia la muerte.

Pero los rifeños de Abd-el-Krim no retroceden. Así que después de la primera carga hace falta otra, y luego otra, y otra más. Hasta ocho veces reagrupa Primo de Rivera a sus fuerzas y las lanza contra el enemigo. Al ataque -sin recibir órdenes para ello- se han sumado los oficiales veterinarios y los jovencísimos trece trompetas, de los que no quedó ni uno. Todo lo que queda del regimiento carga como si fuera aquello un sacrificio ritual, ineludible. Las monturas ya no pueden galopar y atacan al paso, otros soldados avanzan a pie, y el caso es que, extenuados pero enardecidos, caballos y jinetes rompen al fin las líneas de los insurrectos y los obligan a huir.

Gracias a la batalla ganada la columna de Navarro de momento está a salvo, pero el regimiento de Alcántara casi ha desaparecido. Más de un noventa por ciento de bajas. Hay que remontarse a la tumba de Rocroi para encontrar un porcentaje parecido. De los 691 hombres que habían formado al toque de diana, aquella noche del 23 de julio solo quedaban 67. De los 32 oficiales, tan solo regresarían cuatro. Muchos se quedaron entre los riscos del río Igan, sin poder pasear nunca más sus vistosos uniformes por los bailes de Madrid. Ahora, allá donde los luzcan, casi un siglo después, podrán adornarlos con la Laureada de San Fernando.

El teniente coronel Primo de Rivera, por su parte, ya tenía en su poder la condecoración. Se la prendió al féretro en el que regreso de África -y muy emocionado- el mismo rey Alfonso XIII.

El poema debido

Mucho más conocida que la de Alcántara, al mencionar una heroica carga de caballería es más fácil que venga la mente la inglesa en Balaclava. Y es que además de formar parte de la historia de los grandes errores bélicos, la famosa carga de esa brigada ligera tiene también un hueco en la literatura por el poema que le dedicara Lord Alfred Tennyson, y otro en el cine por la película de Michael Curtiz y Errol Flynn. Quizá se explica porque un combate a caballo -y mucho más la carga de toda una brigada con húsares, dragones y lanceros- es algo terriblemente evocador para el romanticismo victoriano, y un vistoso espectáculo cinematográfico para Hollywood.

Sin embargo, cuesta creer que la carga del Alcántara en Annual no haya sido digna de una novela, ni de un poema, ni siquiera de un corto. Quizá porque aún existe, previas necedades de la memoria histórica, una autocensura sobre nuestra historia bélica, algo que proviene a partes iguales del hartazgo por tanta derrota y de cierto espíritu cobardón y miserable, el que ha asumido con entusiasmo que soldados de otros países mueran para garantizar nuestra propia seguridad. Algo parecido a ese dinero que pagaban algunas familias pudientes para evitarles a sus hijitos la guerra de África.

Concedida al fin la Laureada debida a los de Alcántara, quizá sea de justicia que algún poeta -alguno de los hermanos García Máiquez, por ejemplo- construya unos versos para la carga del río Igan. En la pintura ya ha cumplido Ferrer Dalmau.


Kiko Méndez-Monasterio

"Por el Valle de la Muerte cabalgaron los 600" ("Alba", 14 de junio de 2012, página 37).


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