15 jul 2008

El Padre de toda misericordia cura las heridas del aborto




Encíclica del Sumo Pontífice Juan Pablo II (25-III-1995)

«Una reflexión especial quisiera tener para vosotras, mujeres que habéis recurrido al aborto. La Iglesia sabe cuántos condicionamientos pueden haber influido en vuestra decisión, y no duda de que en muchos casos se ha tratado de una decisión dolorosa e incluso dramática. Probablemente la herida aún no ha cicatrizado en vuestro interior. Es verdad que lo sucedido fue y sigue siendo profundamente injusto.

Sin embargo, no os dejéis vencer por el desánimo y no abandonéis la esperanza. Antes bien, comprended lo ocurrido e interpretadlo en su verdad. Si aún no lo habéis hecho, abríos con humildad y confianza al arrepentimiento: el Padre de toda misericordia Os espera para ofreceros Su perdón y su paz en el sacramento de la Reconciliación. Os daréis cuenta de que nada está perdido y podréis pedir perdón también a vuestro hijo que ahora vive en el Señor.

Ayudadas por el consejo y la cercanía de personas amigas y competentes, podréis estar con vuestro doloroso testimonio entre los defensores más elocuentes del derecho de todos a la vida. Por medio de vuestro compromiso por la vida, coronado eventualmente con el nacimiento de nuevas criaturas y expresado con la acogida y la atención hacia quien está más necesitado de cercanía, seréis artífices de un nuevo modo de mirar la vida del hombre».





«Curar las heridas: los Rachel Groups»
Discurso del Cardenal John O’Connor, Arzobispo de Nueva York, Miembro del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios (15-VII-1999)

«Actualmente en los Estados Unidos, a partir de la infame norma establecida por la Corte Suprema Roe v. Wade, de 1973, cada año son eliminados aproximadamente 1’500,000 niños no nacidos. El cálculo total a partir de 1973 es de más de 30’000,000 de niños. La potencia destructora de cada aborto no permite el cálculo en términos de vidas humanas del gran número de madres, padres, hermanos, abortistas y sus asistentes implicados. Solamente muere el niño. La madre y los demás a menudo viven o tratan de vivir debatiéndose entre sentidos de culpa, tormentos, modelos normales de comportamiento transformados en su contrario. Algunos, creyéndose excluidos para siempre de la redención, entran en un círculo vicioso hecho de promiscuidad, embarazos, abortos, y abandono de la fe; si son católicos, no van a la Misa y no reciben los Sacramentos, pues se creen indignos del perdón que se les ha proporcionado en el confesionario.

Reconociendo que muchos abortos son el resultado del temor, de la pobreza, o de la incapacidad de encontrar ayuda, el 15 de octubre de 1984, en la Archidiócesis de Nueva York he anunciado que toda mujer de cualquier raza o religión, proveniente de cualquier país, encontrándose en espera de un niño podía venir a mí: le habríamos asegurado cuidados médicos gratuitos, hospitalización y asistencia legal, además que aconsejarla y ayudarla a tener al niño o permitir que sea adoptado. He repetido este ofrecimiento muchas veces. Miles de mujeres han respondido; sus niños han sido salvados, sus mismas vidas han quedado relativamente íntegras.

Pero este esfuerzo para prevenir los abortos obviamente no es retroactivo. Para los que ya han sufrido a causa de un aborto nosotros ofrecemos el Project Rachel, nombre tomado del texto del Evangelio: «Raquel llora a sus hijos, y no se quiere consolar, pues ya no existen» (Mt 2, 18). Ellos tienen una profunda necesidad de cuidados.

Desde que el Project Rachel opera en muchas diócesis de los Estados Unidos, miles y miles de mujeres, y a menudo también los que son responsables de sus embarazos y de sus abortos, han encontrado la paz - a menudo ese tipo de paz espiritual que nunca habían experimentado antes. Asimismo, ciertamente es casi seguro que ellos no volverán a caer en el futuro.

En el contexto de las Sagradas Escrituras, de la oración, del testimonio personal y de la confesión sacramental, las personas experimentan la recuperación psicológica y espiritual con Dios, con la Iglesia y consigo mismas. Este programa ha demostrado ser un testimonio real del poder curativo de Cristo y sirve también como fuente de evangelización para quienes han abandonado a la Iglesia después del aborto.

El problema de cada aborto es que incide profunda e inevitablemente en una persona, que no entra en un esquema o en una categoría. Si de alguna manera ella ha tenido una chispa de fe, de convicción religiosa y de educación moral, se siente apesadumbrada por el sentido de culpa, una culpa que puede ser empujada hacia las profundidades del inconsciente por una fuerza cualquiera, pero que se convierte en un cáncer del alma.

La madre que ha recurrido al aborto, por cualquier motivo o porque estaba desorientada o sometida a presión, tiene una gran necesidad de convencerse, más que cualquier otro en el mundo, que ha sido perdonada, no por un consultor o por sí misma, sino por Dios.

Estas madres deben creer que no obstante ello Dios las ama incluso, en un sentido profundamente misterioso, también en razón de su debilidad.

Ellas deben verse junto con María a los pies de la Cruz, uniendo la crucifixión del propio hijo con la del Hijo de María.


Ellas deben saber que habiendo compartido esta crucifixión, comparten Su perdón y que es a cada una de ellas que Él habla cuando grita al Padre: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen».



Deben saber que es a cada una de ellas que Él ha prometido desde la Cruz: «Hoy mismo estarás Conmigo en el Paraíso».
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Es esta la esperanza, el objetivo luminoso, la oración ardiente del Project Rachel».

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