BIENAVENTURADOS LOS QUE TRABAJAN POR LA PAZ
1. [...] Causan alarma los focos de tensión y contraposición provocados por la
creciente desigualdad entre ricos y pobres, por el predominio de una mentalidad
egoísta e individualista, que se expresa también en un capitalismo financiero
no regulado. Aparte de las diversas formas de terrorismo y delincuencia
internacional, representan un peligro para la paz los fundamentalismos y
fanatismos que distorsionan la verdadera naturaleza de la religión, llamada a
favorecer la comunión y la reconciliación entre los hombres. [...]
4. [...] El que trabaja por la paz debe tener presente que, en sectores cada vez
mayores de la opinión pública, la ideología del liberalismo radical y de la
tecnocracia insinúan la convicción de que el crecimiento económico se ha de conseguir
incluso a costa de erosionar la función social del Estado y de las redes de
solidaridad de la sociedad civil, así como de los derechos y deberes sociales.
Estos derechos y deberes han de ser considerados fundamentales para la plena
realización de otros, empezando por los civiles y políticos.
Uno de los
derechos y deberes sociales más amenazados actualmente es el derecho al
trabajo. Esto se debe a que, cada vez más, el trabajo y el justo reconocimiento
del estatuto jurídico de los trabajadores no están adecuadamente valorizados,
porque el desarrollo económico se hace depender sobre todo de la absoluta
libertad de los mercados. El trabajo es considerado una mera variable
dependiente de los mecanismos económicos y financieros. A este propósito, reitero
que la dignidad del hombre, así como las razones económicas, sociales y
políticas, exigen que «se siga buscando como prioridad el objetivo del
acceso al trabajo por parte de todos, o lo mantengan» [Carta enc., Caritas
in veritate (29 junio 2009), 32: AAS 101 (2009), 666-667]. La
condición previa para la realización de este ambicioso proyecto es una renovada
consideración del trabajo, basada en los principios éticos y valores espirituales,
que robustezca la concepción del mismo como bien fundamental para la persona,
la familia y la sociedad. A este bien corresponde un deber y un derecho que
exigen nuevas y valientes políticas de trabajo para todos.
5. Actualmente son muchos los que reconocen que es necesario un nuevo modelo de desarrollo, así como una nueva visión de la economía. Tanto el desarrollo integral, solidario y sostenible, como el bien común, exigen una correcta escala de valores y bienes, que se pueden estructurar teniendo a Dios como referencia última. No basta con disposiciones de muchos medios y una amplia gama de opciones, aunque sean de apreciar. Tanto los múltiples bienes necesarios para el desarrollo, como las opciones posibles deben ser usados según la perspectiva de una vida buena, de una conducta recta que reconozca el primado de la dimensión espiritual y la llamada a la consecución del bien común. De otro modo, pierden su justa valencia, acabando por ensalzar nuevos ídolos.
Para salir de la actual crisis financiera y
económica – que tiene como efecto un aumento de las desigualdades – se
necesitan personas, grupos e instituciones que promuevan la vida, favoreciendo
la creatividad humana para aprovechar incluso la crisis como una ocasión de
discernimiento y un nuevo modelo económico. El que ha prevalecido en los
últimos decenios postulaba la maximización del provecho y del consumo, en una
óptica individualista y egoísta, dirigida a valorar a las personas sólo por su
capacidad de responder a las exigencias de la competitividad. Desde otra
perspectiva, sin embargo, el éxito auténtico y duradero se obtiene con el don
de uno mismo, de las propias capacidades intelectuales, de la propia
iniciativa, puesto que un desarrollo económico sostenible, es decir, auténticamente
humano, necesita del principio de gratuidad como manifestación de fraternidad y
de la lógica del don [cf. ibíd., 34. 36: AAS
101 (2009), 668-670; 671-672]. En concreto, dentro de la actividad
económica, el que trabaja por la paz se configura como aquel que instaura con
sus colaboradores y compañeros, con los clientes y los usuarios, relaciones de
lealtad y de reciprocidad. Realiza la actividad económica por el bien común,
vive su esfuerzo como algo que va más allá de su propio interés, para beneficio
de las generaciones presentes y futuras. Se encuentra así trabajando no sólo
para sí mismo, sino también para dar a los demás un futuro y un trabajo digno.
En el ámbito
económico, se necesitan, especialmente por parte de los estados, políticas de
desarrollo industrial y agrícola que se preocupen del progreso social y la
universalización de un estado de derecho y democrático. Es fundamental e imprescindible, además, la estructuración ética de los
mercados monetarios, financieros y comerciales; éstos han de ser estabilizados
y mejor coordinados y controlados, de modo que no se cause daño a los más
pobres. La solicitud de los muchos que trabajan por la paz se debe dirigir
además – con una mayor resolución respecto a lo que se ha hecho hasta ahora – a
atender la crisis alimentaria, mucho más grave que la financiera. La seguridad
de los aprovisionamientos de alimentos ha vuelto a ser un tema central en la
agenda política internacional, a causa de crisis relacionadas, entre otras
cosas, con las oscilaciones repentinas de los precios de las materias primas
agrícolas, los comportamientos irresponsables por parte de algunos agentes
económicos y con un insuficiente control por parte de los gobiernos y la
comunidad internacional. Para hacer frente a esta crisis, los que trabajan por
la paz están llamados a actuar juntos con espíritu de solidaridad, desde el
ámbito local al internacional, con el objetivo de poner a los agricultores, en
particular en las pequeñas realidades rurales, en condiciones de poder
desarrollar su actividad de modo digno y sostenible desde un punto de vista
social, ambiental y económico.
BENEDICTO XVI, ‘Mensaje para la Celebración de la XLVI Jornada Mundial de la Paz de 1de enero de 2013’ (Vaticano, 8 de diciembre de 2012)
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