12 oct 2010

España, «tierra de María Santísima»



España, «tierra de María Santísima»

... Porque España ha sido siempre, por antonomasia, la «tierra de María Santísima» y no hay un momento de su historia, ni un palmo de su suelo, que no estén señalados con su nombre dulcísimo.

La histórica catedral, el sencillo templo o la humilde ermita a Ella están dedicadas; y si quisiéramos solamente evocar, según se Nos vienen a las mientes, algunas de las advocaciones principales, que como piedras preciosas en manto riquísimo son ornamento del territorio español: Covadonga, Begoña y Montserrat; la Peña de Francia, la Fuencisla y Monsalud; la Almudena, el Sagrario y los Desamparados; Guadalupe, los Reyes y las Angustias, Nos parecería o que estábamos recorriendo la topografía nacional o que íbamos fijando los hitos principales de la historia de España.

Eran pinceles españoles los de Juan de Juanes, Zurbarán, el Greco y Murillo; y por eso rivalizaron en representarla a cual más hermosa. Gubias y cinceles españoles fueron los de Gregorio Hernández, Alonso Cano, Martínez Montañés y Saltillo y por serlo no pudieron menos de estar dedicados de modo especial al servicio de su Madre amantísima.

Y si es un Rey Santo el que cabalga para conquistar Sevilla, irá con Nuestra Señora en el arzón; y si son proas castellanas las que, precisamente tal día como hoy, violan el secreto de las tierra americanas, sobre una de ellas irá escrito necesariamente el nombre de «Santa María», ese nombre que luego el misionero y el conquistador irán dejando en la cima inaccesible, en el centro de la llanura sin fin o en el corazón de la selva impenetrable, para que sea también allí fuente de gracia y de bendición.

Pero entre tantas advocaciones, Venerables Hermanos y amados hijos, acaso ninguna para vosotros tan entrañable, ni tan enraizada en vuestra carne misma, como esa Virgen Santísima del Pilar, que en estos instantes tenéis ante los ojos.

Y tú —oh Zaragoza— no serás ya insigne por tu privilegiada posición, por tu cielo purísimo o por tu rica vega, «loci amoenitate, deliciis praestantior civitatibus Hispaniae cunctis», como la llama el gran Isidoro de Sevilla;

- no lo serás por tus magníficos edificios, donde galanamente se salta sin desentonar de los primores mozárabes a las elegancias platerescas;
- no lo serás por haber oído el paso cadencioso de las legiones romanas o por el aliento indomable que te sostuvo «siempre heroica» en los heroicos sitios;
- lo serás por tu tradición cristiana, por tus Obispos, Félix, en pluma de S. Cipriano «fidei cultor ac defensor veritatis» [1], S. Valero y S. Braulio; por Sta. Engracia y los Mártires innumerables, a los cuales podemos añadir el santo niño, embellecido también con la púrpura de su sangre, Dominguito del Val;
- lo serás, sobre todo, por esa columna contra la cual, rodando los siglos, como contra la roca inconmovible que, en el acantilado, desafía y doma las iras del mar, se romperán las oleadas de las herejías en el período gótico, las nuevas persecuciones de la dominación arábiga y la impiedad de los tiempos nuevos, resultando así cimiento inquebrantable, inexpugnable valladar e insuperable ornamento, no sólo de una nación grande, sino también de toda una dilatada y gloriosa estirpe!

«Yo he elegido y santificado esta casa —parece decir Ella desde su pilar— para que en ella sea invocando mi nombre y para morar en ella por siempre» (cf. 2 Paral. 7, 16); y toda la Hispanidad, representada ante la Capilla angélica por sus airosas banderas, parece que le responde:

«Y nosotros te prometemos quedar de guardia aquí, para velar por tu honra, para serte siempre fieles y para incondicionalmente servirte»...

Fuente

Pío XII, Radiomensaje al Congreso Mariano Nacional de España (12 de octubre de 1954)

Notas

[1] Ep. 67, n. 6; ed. Guil. Hartel, in Corp. Script. Eccles. Latin., vol. III, p. 2, Vindob. 1871, p. 740, 10-11.

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